La Coherencia Cardíaca no salvó a Jeremías

 

El otro día me di cuenta que era como mi gato Salem. Cuando traje a Salem tenía menos de 2 meses de vida y yo acababa de perder a mi gato favorito o mejor dicho el gato favorito de todo el barrio, Jeremías.

 

Era un gato muy especial. Todo el emanaba amor. Te miraba como ese abuelo cariñoso  que se sentaba en el borde de la cama cuando tu estabas  con fiebre, tembloroso, dolorido y te abrazaba y te decía que todo iba a ir bien.

 

Jeremías fue atropellado por un coche un día que yo estaba dando unas terapias gratis. Estaba haciendo un estudio de prueba con mi software de Coherencia Cardíaca, y mientras mostraba a mis clientas el nivel verdadero de estrés que tenían en su cuerpo, un vecino me llamó y me dijo que habían atropellado a mi gato.

 

Enseguida le dije que no podía ser, porque lo había visto unos minutos antes en mi puerta, cuando estaba entrando mi última clienta. Recuerdo que se puso en el suelo panza arriba juguetón como diciéndome hazme caso. Lo malo es que no le hice caso y dejé que siguiera afuera en la calle jugando.

 

Cuando me acerqué, después de que mi vecino a quien era la primera vez que veía, insistiese pude ver que mi querido Jeremías, un gato negro común de un año de edad, de gran tamaño, con el pelo azabache brillante, estaba tirado en el suelo, ya muerto.

 

A lo largo de esos días vinieron algunos niños del barrio a decir que lo sentían, y me enteré de que Jeremías por las mañanas visitaba sus casas. Aparecía en sus camas y les ronroneaba. Jugaba con todos esos niños a quien yo no conocía. Los mayores, como mi vecino también le conocían bien. Era un habitual del barrio, entraba en su salón y les miraba con esa mirada de amor incondicional.

 

Si, Jeremías parecía una persona y llegó al corazón de muchos desconocidos al igual que al mío.  Creo que era capaz de hacer que cualquiera se sintiera querido por un momento. Y eso que era sólo un gato.

 

Bien, cuando ocurrió la hecatombe familiar éramos 4: Ángel, Luna, Jeremías y yo. Y Luna y Jeremías se quedaban en casa mientras nosotros nos íbamos 15 días de vacaciones. Y en unos días nos íbamos a ir.

 

Cuando llegué a casa esa noche y me encontré a Luna, ella me preguntaba con sus ojos verdosos una y otra vez dónde estaba Jeremías. Era su compañero, como el de todos y hacía que Luna que tenía peor carácter, fuera también una gata cariñosa y contenta.

 

Cuando yo terminaba de trabajar subía a Luna y a Jeremías al salón de arriba y siempre Jeremías se ponía a correr en el suelo acolchado de mi sala de terapias, intentando que lo cogiese. Cosa inútil porque siempre se zafaba de mis intentos de atraparle y subía, creo que riéndose a carcajadas, por su cuenta al salón.

 

Ese día fue Luna quien hizo el típico de recorrido y juego, creo que era su forma de preguntarme dónde está Jeremías. Para Luna fue peor que para nosotros, porque ella nunca entendió qué pasó.  Yo se lo expliqué, pero no sé hasta qué punto los gatos nos entienden o a lo mejor son como las personas que entendemos lo que queremos.

 

El caso es que a falta de 2 días para irme tomé la decisión de traer otro gato para que hiciese compañía a Luna. Craso error. La gata cariñosa que conocía hasta ese día se convirtió en una fiera leona, furiosa e iracunda.

 

 

Continuará en el siguiente artículo del blog ….

 

Mientras te dejo con la meditación de hoy

 

Escribir comentario

Comentarios: 0